Una reflexión de moda: los préstamos de ropa

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¡Hola! El otro día en Pamplona llevando la gabardina que veis en la foto caí en la cuenta de la de veces que le cojo prestada esta prenda a mi madre. ¡Me chifla! De ahí me puse a pensar en la de posibilidades que puede llegar a tener el intercambio de ropa, sobre todo en los tiempos que corren. Es una buena manera de duplicar tu armario o complementarlo a coste cero. Pero el caso es que a mí el tema de intercambiar o dejar mi ropa nunca me ha gustado y las pocas veces que he pedido ropa prestada, me ha terminado saliendo muy cara. ☺
Gabardina: Purificación García.
Bailarinas: Betsey Johnson via Sarenza
Así que vamos con un Top 3 de momentos dramáticos en el arte de pedir prestado:
Mi primera gala: Allá en plena adolescencia había una práctica nocturna que consistía en meternos todos en una discoteca vestidos de fiesta y hacer lo propio del momento: intentar ligar y hacer como que bailabas. El caso es que mi prima Helga, a la que ya conocéis, se ofreció a prestarme un vestido de gasa negro de don Algodón. Desgraciadamente le devolví su vestido quemado con un cigarrillo y tuve que comprarle otro más (que encima no era su talla porque ya no la había) para intentar arreglar el tema. Pasé muy mal rato.
La boda de mi prima Helga: Me había venido de propio desde Los Angeles para estar ese día. Ana, una amiga de mi madre que también ha tenido su momento en este blog, me prestó una chaqueta estilosísima de lentejuelas. Había amanecido y seguíamos de fiesta. Recuerdo estar en el baño del hotel en el que nos alojábamos con un castañazo considerable. Recuerdo el momento en el que se empezaron a caer todas las lentejuelas de la chaqueta de manera imparable. Bastante mareada, empecé a rescatar las lentejuelas y a meterlas en el clutch que llevaba. Mi madre, que fue quien se lo dijo a Ana, también lo recuerda. Y para solucionarlo me llevé varias muestras de lentejuelas a Los Angeles donde me recorrí Downtown buscando unas similares y las envié a España.
El primero bizcocho que hice para mi familia: Esto no tiene que ver con la ropa, lo sé, pero mi madre me lo ha recordado cuando le comentaba el post de hoy. Y, en cierto modo, fue un préstamo porque fue la primera vez que mi madre, ante mi insistencia, se fió de mí y me prestó su cocina para hacer un bizcocho. Ésta se ha convertido en una historieta recurrente en miles de ocasiones, de esas que mi padre cuenta una y otra vez y de hecho, creo que está sobredimensionada. Dicen que para hacer el bizcocho, rompí la batidora, me cargué una fuente de cristal, estropeé el horno y se me quemó el bizcocho. ☺ Y esto no tuvo solución: desde entonces no se me ha vuelto a dejar hacer repostería en casa. Por suerte el bizcocho no era para mi prima Helga, porque si no, empezaría a pensar que todas mis historias oscuras sobre préstamos tienen un nexo en común. ☺
Y vosotras, ¿qué historietas dramáticas tenéis con los préstamos de ropa?

Última hora: Añade mi prima Helga que una vez me prestó un saco de dormir y que nunca volvió a su casa…


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