Antes de que la moda se convirtiese en ese espectáculo de vanidades que nos mira desde el olimpo y de que los costureros se convirtiesen en diseñadores, los desfiles se realizaban en las casa de costura. Las modelos desfilaban delante de las sillas de las clientas con un número que identificaba el modelo, y las clientas podían percibir a un palmo de distancia la caída de la tela y la profusión de detalles.
Al mismo tiempo que la moda se convertía en un espectáculo los desfiles se despegaron del suelo y se alzaron sobre pasarelas, como un guiño a la cada vez menor conexión entre lo que se ponían las clientas y lo que aparecía en la misma.
Desde hace un tiempo la mayoría de desfiles importantes han bajado de la pasarela y se presentan a los pies de clientes y prensa, con una cercanía insólita durante una época. El desfile se hace más vivo. Los espectadores en la sala escuchan los pasos regios de las modelos, el aliento entrecortado y jaleante de los invitados noveles y pueden ver el brillo en los ojos ó la imperceptible mueca de las editoras más poderosas. La moda se puede tocar con la mano.
Al espectador que lo observa desde el ordenador se le antoja un espectáculo fascinante, porque el espectáculo no solo está en la pasarela sino en todo lo que la rodea. El calzado de los invitados al son de la música, poder ver en directo quien aplaude y quien no, saber quien sonríe en cada modelo y la forma de vestir de todos ellos son parte esencial de ese mágico momento.
Fotos: Celine, Stella McCartney, Valentino y Bonetta Veneta (Vogue UK)